Muñecos infernales (Tod Browning, 1936)

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Tod Browning pasó a los anales de la historia del cine como director de dos títulos: Drácula (1931) y Freaks (1932), pese a tener una obra mucho más extensa que no ha llegado hasta nuestro días en parte por culpa del malditismo que siempre rodeó a su figura, sobre todo tras Freaks, y también por el deterioro de los materiales en una época tan pasada. Uno de esos títulos que se ha rescatado del olvido es Muñecos infernales, obra de culto que recomendamos este mes.

La Metro-Goldwyn-Mayer para la cual había trabajado tantos años decidió darle a Browning un voto de confianza y le permitió adaptar la novela Burn, witch, burn de Abraham Merritt. Evidentemente el código Hays ya fiscalizaba en los estudios y la productora vigilaba de cerca al realizador, con lo cual el título original The witch of Timboctoo y las ideas sobre vudú y el hampa parisina se fueron al traste cuando llegó Erich Von Stroheim, tijeras en mano, para reescribir el guión. No obstante, el argumento tiene el poso de historia perversa tan característico de su realizador, matizado aún más por la presencia de John Carradine, como emulación de lo que habría sido un papel hecho a la medida de Lon Chaney si éste no hubiese fallecido 6 años antes.

La trama nos cuenta como dos presos se escapan de la Isla del diablo en la Guayana francesa y logran llegar con éxito a la guarida de uno de ellos. Los convictos han escapado con intenciones dispares. Uno de ellos, Marcel (Henry B. Walthall ) es un científico que pretende salvar a la humanidad de su extinción, reduciendo el tamaño de los seres vivos para evitar que se agoten los recursos naturales del planeta. El otro es Paul Lavond (Lionel Barrymore) y su única aspiración vital es vengarse de los tres hombres que le acusaron falsamente y le enviaron a prisión.

El film se inicia con una persecución policial por unos parajes selváticos tras la que los dos convictos se refugian en la casa del científico Marcel, donde le espera su esposa Malita (Rafaela Ottilio) que ha continuado trabajando en los experimentos de miniaturización de seres vivos. Los estudios han fracasado en parte, ya que los seres quedan efectivamente reducidos en tamaño pero carentes de voluntad. Marcel fallece inesperadamente y su compañero de fuga, Lavond, decide ayudar a la viuda, controlando telepáticamente a los seres en miniatura, que logra mover a su antojo.

La extraña pareja se muda a París, donde abren una juguetería que servirá de tapadera a Lavond para vengarse de sus tres ex-socios. El preso adopta entonces la identidad de Madame Mandilip, y se disfraza como una anciana para poder moverse sus anchas por la ciudad y visitar a su hija (Maureen O´Sullivan).

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El film es a ratos una cinta de aventuras, con toques de comedia por la memorable interpretación de Lionel Barrymore disfrazado de adorable ancianita y a ratos una amarga advertencia sobre la maldad intrínseca a la condición humana. Las obsesiones de Browning se repiten burlando a la censura incluso en el desenlace de la historia. Hay venganza, engaño, falsedad y sobre todo dualidad en las acciones de los personajes. El científico tiene la elogiable voluntad de salvar a la humanidad, pero no duda en jugar a ser dios con vidas humanas como la de su criada Lachna (Grace Ford) a la que miniaturiza sin escrúpulos. En cambio, el vengativo Lavond, que tiene intención de ajusticiar a sus ex-socios censura la conducta perversa de su amigo y se muestra como un padre bondadoso y un hijo atento cuando tiene oportunidad de ello en París. Para Browning la frontera entre el bien y el mal es delgada e intercambiable como su filmografía se encargó siempre de señalar.

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El film recogía parte de la cosmología creada por Browning con argumentos y situaciones que se repiten en Muñecos infernales y son paralelos a situaciones de otros films como el delincuente disfrazado de anciana que ya aparecía en El trío fantástico (Tod Browing, 1925), donde también hay una tienda, una pajarería en este caso, tapadera de los negocios sucios de los tres ladrones. También podemos ver ecos de obras de otros realizadores como La novia de Frankenstein (James Whale, 1935) donde Elsa Lanchester comparte mechón de cabello blanco en el peinado con la caracterización del personaje de Malita. Al igual que las criaturas diminutas que también aparecen dentro de tarros de cristal en la cinta de James Whale.

Los efectos visuales con el ejército de diminutos pululando por la cinta son extraordinarios para la época y predecesores de films posteriores, como las dos joyas de Jack Arnold, El increíble hombre menguante (1957) o Tarantula (1955). Las imágenes de los seres en miniatura se lograron con sobreimpresiones y decorados gigantes que resultaron muy efectivos en escenas como la del robo de joyas nocturno por parte de la muñeca en miniatura en casa de uno de los banqueros.

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La trama romántica, seguramente impuesta por la productora, protagonizada por Lorraine, la hija de Lavond y su novio taxista Toto (Frank Lawton) es lo que más chirría y queda un tanto descolgada de la trama cuando ya se ha presentado a los dos enamorados para recuperarlos al final en una memorable escena en la torre Eiffel, donde padre e hija se encontrarán sin que él le desvele su identidad. Después de esta tierna escena, Lavond caminará hacia un incierto final que se insinúa burlando al código Hays con la frase de «al lugar donde voy no necesito dinero».

A favor: si os gusta Tod Browning es imprescindible que os acerquéis a este título menos conocido del autor. La película narra una historia sencilla y fluída que se puede seguir como simple cinta de aventuras y entretenimiento. Igualmente las obsesiones de Browning salen a flote en cuanto se rasca un poco en el barniz de producto popular para divertir a las masas que seguramente tenía intención de crear la productora sin contar con el el genio creador de Browning y su alma retorcida.

En contra: cada vez me cuesta más escribir en contra de las películas que recomiendo. En este caso y repitiéndome un poco, porque últimamente hay bastante arqueología fílmica en esta sección, os diría que si no os gusta el cine clásico pues no la veais. No se me ocurre ningún otro motivo para no recomendarla. Lo único que me ha desentonado en la cinta ha sido la trama romántica y hasta puede disculparse por ver a Maureen O´Sullivan la primera Jane de la saga de las historias de Tarzán y también madre de Mia Farrow (cómo os quedais!) en pantalla.

30 días, 1 historia: Junio

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Este mes de Junio os recomendamos buscar refugio de los rayos inclementes del astro rey en las reconfortantes paredes de la mansión de Bly, acompañando a Flora y Miles, las inmortales criaturas salidas de la pluma de Henry James.
El autor nacido en Nueva York publicó en 1898, Otra vuelta de tuerca (The others), uno de los hitos de la novela de terror sobrenatural e introdujo una novedad en el subgénero de las «novelas de fantasmas» que sentó algunas de las bases del género. La obra puede ser interpretada como una típica novela de fantasmas como tantas predecesoras, pero también introduce el elemento de la duda y la posibilidad de que estemos asistiendo a la progresiva enajenación mental de la protagonista y voz narradora de la historia.
La novela ha sido llevada en varias ocasiones al cine y también a la televisión. Una de las más conocidas y fidedignas adaptaciones es la película del realizador Jack Clayton Suspense (The Innocents, 1961). El británico, especializado en llevar a la pantalla grandes clásicos de la literatura, filmó una de las más bellas obras del género con la ayuda de la cuidada fotografía en blanco y negro de Freddie Francis, realizador y director de fotografía, de absoluto culto y asociado a las producciones de la Amicus y Hammer Productions.
El film narra la llegada de una institutriz británica, Miss Giddens (Deborah Kerr), a una mansión apartada en el campo donde tendrá como pupilos a los hermanos Miles (Martin Stephens) y Flora (Pamela Franklin). El tío y tutor de los niños (Michael Redgrave) es un soltero de oro que gusta de las diversiones de la gran ciudad y está al cuidado de los niños por accidente al morir sus padres. La joven institutriz es contratada por el tutor pues con una única condición: no ser molestado «bajo ninguna circunstancia». El adinerado londinense delega absolutamente su responsabilidad sobre el destino de sus dos sobrinos en la joven institutriz. Miss Giddens, que se insinúa que ha queda prendada de los encantos de su patrón, acepta sin condiciones la oferta. Se traslada a Bly, la mansión que el terrateniente posee en el campo y sirve para alojar a sus sobrinos lo más lejos posible de él.suspenseventana
Ya antes de la llegada a la mansión se deja intuir que hay un oscuro misterio relacionado con la muerte de la anterior institutriz, Miss Jessel, que falleció en extrañas circunstancias. Más adelante sabremos que el antiguo mayordomo, Peter Quint, un hombre colérico y soberbio, falleció también.
Miss Giddens se encontrará pues con una mansión aislada del mundo que guarda secretos y unos niños absolutamente encantadores, pero con un trasfondo perverso y un comportamiento perturbador. Su única ayuda y consejo será el apoyo de la sra. Grose (Megs Jenkins), el ama de llaves, que adora a los niños, pero es una mujer del campo prácticamente analfabeta y fácilmente influenciable.
El film es protagonizado soberbiamente por una Deborah Kerr que entraba en la madurez y quería salir de sus papeles de mujer bella y virginal para interpretar a personajes más complejos. Nos ofrece una actuación impecable donde vemos como el arco del personaje le lleva de ser una recatada hija de vicario, bella pero reprimida sexualmente y totalmente inexperta en temas amorosos, a transformarse en una mujer al borde de la histeria que se va dejando llevar por el miedo/atracción que siente ante las apariciones/alucinaciones que presencia en la mansión.suspensedeborah
Los niños ofrecen también una interpretación solvente, sobre todo la del joven Martin Stephens, que interpreta el papel de Miles y capta a la perfección la dualidad del personaje de la novela. Bascula entre el candor infantil y la incipiente perversidad adolescente. A destacar también es la participación de la actriz Pamela Franklin, Flora en la ficción, que contaba con unos 11 años en el rodaje (algo mayor que la Flora de la novela). La actriz volvió a repetir bajo las órdenes de Jack Clayton, seis años más tarde con A las 9 cada noche (Our mother´s house, 1968), en el papel de la primogénita de una familia numerosa y conservadoramente disfuncional.
Gracias a la talentosa asociación entre Jack Clayton y Freddie Francis, la película nos regala alguna de las más icónicas escenas del terror clásico, como la secuencia en el jardín de la mariposa y la araña, que no desvelaremos, o una angustiosa escena rodada con la cámara haciendo un giro en 360º en el pasillo en la oscuridad con una Deborah Kerr absolutamente desquiciada.suspensespider
¿Por qué verla? Suspense es un clásico del terror sobrenatural que adapta a su vez una novela clave en las bases del género. La historia es sencilla y espeluznante a la vez. Más por la perversidad que sugiere que por lo que se desvela. Jack Clayton hace una crítica velada de los peligros del fanatismo religioso y la moral más represora con una elegancia visual tal que cualquier cinéfilo no debería perdérsela. La manera en que la historia nada entre las dos lecturas posibles de la obra, hace que el propio espectador sea el que haya de tomar partido en una u otra dirección. Cuando llega el clímax final y las terribles consecuencias sean desveladas a más de uno se le helará la sangre. No en vano, Truman Capote escribió el guión.
¿Algún problema? No se me ocurre ningún motivo para dejar de ver esta preciosa joya del cine clásico con una Deborah Kerr que se come la pantalla. Podría deciros que si sois adictos a la acción desenfrenada y el gore o tenéis alergia al cine clásico rodado en blanco y negro pues no la veais, pero allá vosotros. Suspense es un clasicazo que nadie debería perderse «bajo ningún concepto».

Morellandia estrena podcast con La nevera de la Sra. Baker

¡Te recomiendo que escuches este audio de iVoox! Episodio 1- It follows + Mil gritos tiene la noche + I kill giants http://www.ivoox.com/36950870

En el Episodio 1 de La nevera de la sra. Baker analizamos It follows, explicada especialmente para el sr. Tarantino que dijo no entenderla. La cara B de nuestro programa la dedicamos a Mil gritos tiene la noche, el slasher loco del español JP Simon. El bonus track lo pone Rainbow Moon, nuestra experta infantil para todos los públicos que nos cuenta I kill giants, una fantasía dramática a reivindicar. No os lo perdáis, amigos!

30 días, 1 historia: Mayo


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Este mes aunque estemos en primavera y el polen se esparza letalmente al borde de las fosas nasales de media humanidad, añoramos el frío invierno como almas oscuras que somos y recomendamos November de Rainer Sarnet porque la historia lo vale y pocos cinéfilos le hemos prestado la atención merecida.

El cine y el folklore de los países pequeños de la Europa del norte son prácticamente desconocidos en latitudes más meridionales del viejo continente. El realizador estonio Rainer Sarnet, director de una decena de títulos es una figura anónima aún en los círculos cinematográficos más especializados. November se estrenó en 2017 en el festival de Tribeca con la esperanza de salir del ostracismo, pero pasó desapercibida igual que en su paso por el Festival de Sitges. Los fans más puristas del género dieron una tibia acogida al film, quizá por la barrera cultural que supone un idioma y una forma de narrar tan dispares a lo que puede esperarse en un festival de género. Su cuidada fotografía en blanco y negro ya le da una pátina de cine de autor que huele a Bergman y a Tarkovsky, aunque ésa sólo sea la primera impresión. Desde aquí rompemos una lanza y mil si son necesarias por toda la poesía sin ñoñeces que destila November.

La película es una fábula medieval que muestra la vida de los habitantes de una aldea estonia que viven atados a la tradición y las supersticiones. Y también es una preciosa historia de amor imposible que surge entre el frío de la escarcha y la escoria de la pobreza para alzarse como rayo de esperanza en la vida triste y mísera de Iliia (Rea Lest), nuestra joven protagonista. La chica está absolutamente enamorada de Hans (Jörgen Liik), un joven soñador y un poco pasmado de la granja vecina que sólo tiene ojos para la hija (Jette Loona Hermanis) del barón alemán, enemigo invasor y señor feudal de las tierras donde se asienta la aldea.

La historia da inicio con la surrealista escena del periplo de un kratt, transportando por los aires a una vaca (la vaca vuela, sí señores!!!) de un establo a otro. Los kratts son seres mágicos del folklore estonio, creados al unir aperos de labranza, una hoz y una hazada por ejemplo, de manera rudimentaria. Los granjeros los construyen para que los ayuden en el campo. Luego se van a una encrucijada en el bosque donde invocan al diablo y le piden que dé vida al kratt a cambio de sellar un pacto con sangre donde venden su alma a cambio. El diablo es un ser tan esperpéntico y chiflado que logran engañarlo fácilmente usando zumo de frutas en lugar de sangre para no perder el alma.

Por esta aldea congelada desfilan kratts, licántropos, brujas y espíritus que vuelven a casa a cenar una vez al año en el Día de Difuntos y hablan con naturalidad de la vida en «el más allá». También hay plagas terribles que se transforman en bellas doncellas o cerdos de pocilga; y animales donde se encarna el alma del abuelo o la madre difunta. Todo ocurre entre la dureza de la vida bajo cero y el hambre clavándose en los huesos, mientras los taimados vecinos se roban unos a otros. Sobre todo roban al terrateniente alemán, al que despluman sin miramientos y ante la impotencia del remilgado señor que no tiene arrestos para rebelarse contra unos vasallos que son rudos, sucios, malhablados y duros como una roca.

El film tiene una soberbia fotografía que enmarca de manera casi pictórica algunas imágenes de belleza sobrecogedora como el intento de suicidio de Iliia al más puro estilo de una Ofelia/Julieta desolada que ha perdido su único asidero vital. Las escenas en el bosque, rodadas con una niebla fantasmagórica en la noche de difuntos dotan a toda la narración de un tinte onírico que nos hace pensar en el existencialismo y la falta de religiosidad proverbial en algunos pueblos norteños como los finlandeses y los propios estonios. El cristianismo llegó tarde y con poca fuerza para batallar contra las creencias populares y el folklore bien arraigado en la tierra durante siglos. 

Después de tanta belleza y simbolismo también es posible el humor en esta fábula. La comedia hace entrada de la manera más surrealista y sacrílega posible, rozando también lo escatológico. El director se recrea en la crudeza y la fealdad de unos seres a los que los rigores del hambre, la enfermedad y el invierno perpetuo han contrahecho. La única opción vital es la rudeza, la brutalidad y la astucia para engañar al destino y a Jesucristo si hace falta. Especialmente memorable es la escena en que la peste llega al pueblo en forma de cerdo ruidoso y el jefe del clan idea un plan para salvarse de la plaga. Convence a toda la aldea para ponerse los pantalones en la cabeza y así engañar al cerdo/peste «que pensará que tenemos dos traseros y no sabrá donde atacar». Evidentemente la argucia no funciona, al menos no del todo. 

¿Por qué hay que ver November? Es una película que superada la barrera inicial y los prejuicios que puede haber contra un cine de autor que a muchos espectadores puede parecerle aburrido, te atrapa. Si te dejas llevar por la historia, puedes quedar fascinado ante la belleza visual de las imágenes y la trama, con unos toques de humor muy surrealistas que te descolocan y animan el conjunto, salvándolo de caer en el tedio incluso para los más reticentes. Si tienes corazoncito Iliia te derretirá con su ternura y su preciosa manera de amar, pero de amar de verdad, no como en los culebrones de época de la 1.

¿No verla es una opción? No debería serlo, pero si eres un/a tipo/a duro/a, inconmovible, tu corazón es una roca y sólo te emociona ver caer como moscas a zombis enemigos o jovencitos forniciadores que se lo han buscado en un slasher a ritmo de moto-sierra (que también mola y mucho!) pues mejor no la veas. En tu caso a los diez minutos puede que estés roncando a pierna suelta porque la película se desgrana con calma y con espacios para que la trama respire y el espectador se fascine con lo bonito que es todo en November. Si aún no te hemos convencido, no pasa nada. Si nos estás leyendo, te queremos igual. 

 

 

Babadook (Jennifer Kent, 2014)

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El pasado domingo fue el Día de la Madre y hemos querido rendir un homenaje tardío a la mamma, que no hay más que una. El celuloide nos ha mostrado en diferentes films las relaciones materno filiales. Tenemos a madres leonas, auténticas heroínas que protegen a su prole jugándose el tipo como Sarah Connor en Terminator (James Cameron, 1984) o a la santurrona peligrosa de Margaret White que recibe un merecido final en Carrie (Brian de Palma, 1976). Con la liberación femenina, el rol de la figura de la madre ha ido cambiando y alejándose de los estereotipos del cine clásico que depositaban en ellas la bondad y el calor del hogar, para encarnarse en progenitoras más reales, como Amelia la madre de Babadook (Jennifer Kent, 2014).
La película se estrenó en Cannes en 2014 y encandiló a la crítica y más tarde también consiguió el aplauso del público. El primer film de la realizadora australiana narra la relación entre Amelia (Essie Davis) y Sam (Noah Wiseman), su hijo de 7 años. Los dos viven solos desde que el padre falleció en un accidente de coche, mientras iban al hospital para que Amelia diese a luz a Sam. Dato importante, la fecha de la muerte de su padre es el día del cumpleaños del niño.
Al inicio de la historia se nos muestra a una Amelia deprimida, agotada física y mentalmente que aún no ha superado el dolor por la pérdida de su marido. Además, tiene que lidiar con el carácter díscolo de Sam que comete constantes travesuras para llamar su atención. Amelia trabaja como cuidadora en un geriátrico, pero pronto se nos desvelará en la trama que es una profesión meramente alimenticia y no vocacional. En el pasado había sido escritora de libros infantiles: otro dato importante.
Tenemos pues a una madre deprimida triste, frustrada y agotada. A este caldo de cultivo hay que añadirle un niño de 7 años, revoltoso y con una imaginación desbocada, obsesionado con aprender trucos de magia y preparar armas caseras para defenderse de un monstruo imaginario o no tanto.

Las noches son un calvario en el hogar monoparental con las pesadillas que atormentan el sueño de Sam. Amelia lee cuentos a su hijo como cualquier progenitor al uso, pero un día Sam le da a su madre un cuento desconocido y muy extraño que ha encontrado en casa. Habla de un monstruo que el niño ya parece conocer. Sam tiene una rabieta cuando lo leen porque lógicamente se asusta muchísimo al ver en papel al monstruo con el que ha estado batallando. Amelia empieza a asustarse también y a dar crédito a las historias del niño sobre el monstruo.
De fondo a toda esta situación, estresante ya de por sí, tenemos la presión social y el rechazo de la hermana de Amelia que, tras un incidente que acaba con su hija en el hospital, marca distancias con ellos, negándole a Amelia el único apoyo que podía quedarle.
Más solos que nunca llega el auténtico via crucis de ambos. Amelia empieza a ver al Babadook también. Se le muestra como un remedo de monstruo expresionista alemán, posible creación del doctor Caligari o de un Murnau desatado, que acecha con garras y boca siniestra.
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El libro es un reverso oscuro de los rituales infantiles que recitan todos los niños del mundo antes de irse a dormir y separarse de sus padres. Los rezos infantiles, las canciones de cuna, los cuentos leídos en la cama funcionan como deshacedores de sombras contra la oscuridad y el monstruo del armario, pero el libro de Sam es otra cosa. Aquí nos encontramos con un conjuro que despierta al monstruo, lo invoca, como si se tratase del tercer «Candyman» pronunciado frente al espejo.

Si está en una palabra o en una mirada
contra el Babadook no puedes hacer nada
un fuerte estruendo
luego, 3 llamadas
Ba-ba Ba-ba dook dook dook

Amelia se da cuenta del «peligro» que representa el libro y trata de deshacerse de él, pero siempre vuelve. Finalmente lo quema y tras escuchar unas supuestas llamadas telefónicas de un anónimo acosador va a la policía para denunciar los hechos. Esta visita a comisaría sirve para que aflore a su subconsciente la percepción de que algo no encaja. Se enciende un click en su cerebro, igual que debieran encenderlo las imágenes que ve en televisión en sus veladas de insomnio. En la pantalla desfilan viejos dibujos animados con lobos vestidos de cordero y viejas películas de Lon Chaney ,»el hombre de las mil caras». Incluso hay un momento en que Amelia encuentra una grieta en la pared detrás de la nevera de donde salen todo tipo de insectos repugnantes. Momentos más tarde la grieta desaparece. Todo esto son avisos que le da su subconsciente de que las apariencias engañan y hay algo podrido bajo la superficie.
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Más adelante, la percepción que tiene Sam y el propio espectador del personaje de Amelia cambia. El Babadook la ha poseído, ha entrado en ella, y deja de ser una madre superada por el dolor para convertirse en una madre negligente y violenta que asusta terriblemente a su propio hijo. En esta espiral de ira llega a desear la muerte de su propio hijo y a estrangular a su perro. Ahora entendemos las armas que preparaba el niño y la fortaleza que se había construido en el sótano.

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Sam urde un plan y logra inmovilizar y atar a Amelia en el sótano para evitar que le haga más daño o se autolesione. En una escena terrible Amelia vomita al monstruo, sale de su cuerpo en forma de líquido negro y espeso como la maldad y ambos son libres para superar la pérdida y el dolor. Babadook queda confinado en el sótano, donde Amelia hace visitas regulares para alimentarlo con lombrices. En la escena final vemos a Amelia y Sam en el jardín celebrando por primera vez el cumpleaños del niño.

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La película no deja clara la frontera entre realidad y ficción, pero se puede interpretar como una alegoría que habla sobre algunos temas tabú en las relaciones materno filiales. A nivel simbólico el film habla sobre los miedos infantiles y también sobre el maltrato infantil. El tema se trata con elegancia visual, utilizando los recursos de lo sobrenatural con la personificación de la ira de Amelia en el monstruo que acecha a Samuel. El libro se convierte pues en un aviso que su subconsciente ha creado antes de perder la cordura y dejarse llevar por el dolor y la rabia. Rabia ya que Amelia culpa inconscientemente a Sam de la pérdida de su marido con el que parece ser que mantenía una relación muy intensa.
Visualmente la cinta es original y utiliza los recursos expresionistas y la fotografía para ambientar una cotidianeidad angustiosa de día y aterradora cuando la noche y Babadook caen sobre el hogar.
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La interpretación de Essie Davis como madre cansada y dolida al inicio, que va transformándose en una persona iracunda y violenta, es totalmente aterradora y creíble. Noah Wiseman, pese a su corta edad, se mete perfectamente en el papel de Sam. Primero, tenemos a un niño rebelde e hiperactivo, capaz de sacar de quicio al más templado de los padres, pero más tarde cuando vemos la realidad a través de sus ojos infantiles, no podemos sentir más que compasión y empatía por el calvario que está sufriendo.
El film puede ser entendido con dos niveles de interpretación: como película de terror psicológico con posesiones y monstruos; y también como alegoría simbólica que trata el tema del maltrato infantil y la ira de una madre sobrepasada y desequilibrada por la tristeza y el dolor. Al espectador y su juicio queda la elección, igual que el decidir si Babadook llega a convertirse con el tiempo en una película de culto.

30 días, 1 historia: Abril

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En Abril recomendamos esta novela de Jack Ketchum que nos ha hecho plantearnos si nos hacemos veganos y dejamos de ver Crónicas Carnívoras en Blaze, a la espera morbosa del infarto televisado. ¿Qué mejor día que el Viernes Santo en que todo buen creyente practica el ayuno y evita la ingesta de carnes y derivados para empezar a leer esta sangrienta obrita?
Jack Ketchum estuvo a punto de dedicarse a la ebanistería o a cualquier otro trabajo manual y privarnos del placer de leer sus «obras sangrientas, violentas y pornográficas», como las describieron los magazines de los años 80. Gracias a su amistad con Stephen King y sobre todo a su mentor, Robert Bloch, Ketchum se decidió por la escritura. Su literatura podría enmarcarse dentro del género del «nuevo gótico americano», donde el horror ha dejado atrás el castillo y los entes sobrenaturales; y nos muestra que el peor monstruo es el ser humano. Paletos caníbales, sádicos torturadores e incautos urbanistas enfrentados a una naturaleza hostil son los principales protagonistas de las historias de Ketchum. Dallas Mayr, verdadero nombre del autor, tuvo que lidiar con la censura de los editores sobre todo en ésta su primera novela publicada en 1980. No haremos spoilers, pero el autor batalló duramente contra la editorial que llegó a cortar con tijeras implacables varios de los pasajes más sangrientos y menos complacientes para el lector. Ketchum «se bajó los pantalones» en muchas concesiones a los editores, como él mismo dijo en varias entrevistas. Quería incluir varias recetas culinarias con la carne humana como principal ingrediente, pero no se lo permitieron. Lamentó profundamente que no le dejasen incluir una receta sobre como preparar carne en cecina, que el autor consideraba especialmente útil para sobrevivir en la naturaleza. Por si los lectores, se perdían en el monte. Vamos, un Bear Grylls de los 80.
El argumento nos narra la historia de Carla, una escritora de Nueva York que alquila una casa en un pequeño pueblo de Maine (dónde si no!) buscando un retiro espiritual para dedicarse a escribir. Su hermana Marjorie y unos cuantos amigos más vendrán a pasar unos días con ella y relajarse al estilo de los urbanistas en el campo, es decir, cerveza y fornicio. Sin embargo, sus ideas de relax y diversión serán truncadas por una gran familia de salvajes caníbales que tienen otros planes para los deliciosos neoyorkinos.
La novela está escrita con un estilo directo de frases cortas y ritmo ágil que engancha desde el minuto cero. La escritura de Ketchum está plenamente influenciada por el cine y la cultura pop. El autor reconoció que una de sus mayores influencias al escribirla fue La noche de los muertos vivientes de George A. Romero. En la época en que la escribió ya estaba en pleno auge el slasher con hitos como Las colinas tienen ojos, cuya familia caníbal tiene muchas semejanzas con los salvajes de Al acecho.
¿Por qué hay que leer Al acecho? supone un buen acercamiento a la obra de Ketchum que más tarde sería guionista de cine y vería como varias de sus obras se adaptaban a la gran pantalla con buenos resultados. No es su obra más lograda, pero permite conocer las obsesiones del autor y sus filias por las historias más transgresoras y poco complacientes con el lector. La obra que nos ocupa es de extensión mínima y se lee con agilidad en una tarde. Si eres un fan del slasher y del extremismo francés te cautivará.
¿Algún problema? Se le puede achacar a esta novela primeriza que no hay profundidad en el estudio de los personajes y que algunos son estereotipos con patas, lo cual da poco espacio a la empatía con sus sufrimientos. Si buscas alguna disquisición profunda ética o moral ésta no es tu novela. Y por supuesto no es una obra apta para estómagos sensibles ni morales puritanas.
A los más duros de roer, recordarles que es una novela de 1980 que tuvo que lidiar con la censura de la época. Así que no se le puede pedir más sangre ni más transgresión moral de la que da. Personalmente hay un pasaje que me ha hecho preguntarme si Panos Cosmatos, el celebrado director de Mandy no se la habrá leído también.

El gran dios Pan (Arthur Machen, 1849)

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Considerado uno de los maestros de Lovecraft, si la literatura de Arthur Machen ha llegado a nuestros días ha sido en gran parte gracias a la influencia que ejerció sobre el creador de Los mitos de Cthuthu. Hijo de un pastor anglicano y con una infancia pobre, Machen, se vió obligado a dejar sus adorados bosques galeses para buscar fortuna en Londres. Intentó entrar en la universidad para estudiar medicina, pero suspendió el examen de acceso. En Londres tuvo diversos oficios como profesor y empleado de imprenta, pero principalmente fue periodista, profesión que odiaba. Más tarde se casó con Amelia Hogg, una actriz de teatro que frecuentaba la vida bohemia y círculos de artistas y literatos. Esta vida social le llevó a entrar en contacto la famosa orden esotérica Golden Dawn.En Machen convivían en perfecta harmonía el hombre religioso y el curioso aficionado al ocultismo en su faceta más sensualista.machen

El volumen que nos ocupa contiene cuatro relatos muy similiares entre sí en cuanto a temática. Nos desvelan las obsesiones del autor por el mundo esotérico sin perder de vista una moralidad didáctica. Se nos avisa de que si levantamos el velo del misterio nos destruiremos irremediablemente en cuerpo y alma.
El gran dios Pan, su obra más conocida, está narrada con una estructura casi Rashomon donde cada uno de los personajes cuenta una parte diferente de la historia. El nexo común son las vivencias de Mary, Helen V… la misma mujer que va cambiando su identidad y extendiendo un reguero de muertes y más tarde suicidios en Londres.
Las mujeres que aparecen en los relatos de Machen siguen siendo depositarias de la belleza, pero también del mal que halla en ellas un vehículo para emerger. En El gran dios Pan, Mary es utilizada por su benefactor y tutor, el doctor Raymond, para su experimento sin que la joven se oponga, ni tenga voluntad propia u opinión en el trance. Igual sucede en el siguiente relato, Luz interior, donde el doctor Black experimenta con su esposa, temerosa, pero finalmente dócil y víctima del ansia de saber de su esposo.medicina 19

En La novela del sello negro se narran las vicisitudes de una joven que queda huérfana y desvalida en medio del Londres cruel e invernal, constante en toda la obra del autor. La joven es recogida literalmente de la calle, donde había decidido por voluntad propia morir de inanición. Su salvador es un médico viudo que necesita una institutriz para sus dos hijos. Finalmente la chica acaba convirtiéndose en la secretaria del doctor, especializado en geología y obsesionado con una piedra negra y sus pictogramas. Nos hallamos aquí ante un relato digno de una trama de un Indiana Jones de época, pero con tintes mucho más tenebrosos y sin el sentido aventurero y lúdico del arqueólogo.
Para Machen hurgar demasiado en el misterio tiene consecuencias que suelen acabar en desapariciones y tragedias inexplicadas. Los personajes masculinos son casi siempre hombres de ciencia que se debaten entre su curiosidad por lo esotérico y su prevención ante lo oculto y transgresor, temerosos de traspasar la barrera, pero que irremediablemente acaban traspasándola.
El último de los relatos, La historia del polvo blanco (no sabemos si se trata de un eufemismo para hablar del opio que se fumaba en el Londres victoriano) es muy similar al de Luz Interior, pero aquí no hay doctores experimentando con sus esposas ni con jovencitas recogidas del arroyo. Aquí, un joven de buena familia, Francis Leicester, empieza a consumir lo que creía que era un tónico de quinina, recetado por un médico respetable, para sacarle de su obsesión por el estudio. Francis acaba convirtiéndose en un yonki accidental del Vinnum Sabati, el polvo que añadían las brujas al vino en sus aquelarres para entonarse. Esto evidentemente traerá funestas consecuencias, con su hermana como testigo doliente de todo el proceso.aquelarre

La obra de Machen es considerada como precursora del horror cósmico que más tarde desarrollaría Lovecraft. El relato sale del castillo gótico y se va a la ciudad. La urbe se trata de un Londres hostil y lleno de recovecos donde acecha lo oculto, lo interesante, pero también el mal, un mal intemporal y primigenio que está bajo la superficie de las cosas. Machen, como inadaptado a la vida de ciudad siempre muestra su añoranza por la campiña galesa donde nació con sus bosques, sus ruinas romanas y sus viejas leyendas celtas con dioses paganos como Pan. Esto se muestra muy claramente en La novela del sello negro, cuando los personajes se trasladan al campo y se menciona la existencia de una raza de seres mágicos, terribles y ancestrales que hablan un idoma extinto y sobrecogedor. El protagonista cree en la existencia de elfos y hadas que las leyendas populares han dotado de belleza y bondad para ocultar el temor que sienten por su verdadera naturaleza. Los elfos y las hadas son en realidad seres crueles y horribles a los que hay que temer y evitar.


Machen era un hombre educado en la religión y con una formación clásica. De ahí, el moralismo presente en toda su obra, cosa que no evitó que algunos de sus relatos fuesen censurados en su época. Para el lector actual, acostumbrado a que se le muestre mucho más de lo que se insinúa, los relatos de este escritor galés son demasiado elípticos ya que no terminan de mostrar el verdadero horror, sino que lo insinúan. El ritmo pausado de la narración aconseja también acercarse a la obra de Machen con la cabeza bien despierta. Gracias a este galés, además de la obra de otros autores como Robert W. Chambers (autor de El rey amarillo) ha llegado hasta nuestros días la fascinación por el paganismo en el género de terror, que ha impregnado también al celuloide con productos tan actuales como True detective y Hereditary o la muy esperada Midsommar. Mientras tanto, no molestemos al dios Pan.

Ánimas (2018) de José F. Ortuño y Laura Alvea

 

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Hay poco cine español de terror en los tiempos que corren y rodar en España no es rodar en Hollywood ni contar con sus medios de producción ni sus presupuestos. Es un hecho. Lejos quedó aquella época dorada de mediados de los años 70 y principios de los 80 donde el fantaterror español pegaba fuerte dentro y fuera de nuestras fronteras.  En el año 2000 la Fantastic Factory también parecía que iba a dar un impulso al género con películas rodadas en inglés y personalidades como Jaume Balagueró y Brian Yuzna pero el intento no acabó de despegar. Al margen de gigantes del cine como J.A. Bayona o Alejandro Amenábar el terror en este país no ha dado grandes títulos últimamente para el público más mainstream que acude el fin de semana a las multi-salas. Por todo esto, que dos autores españoles se interesen por el género siempre es una buena noticia para los que somos fans confesos y sin complejos.

Ánimas es una película irregular que peca de los típicos excesos de directores primerizos, aunque Ortuño y Alvea no lo sean tanto. De este aire amateur quizá tenga algo de culpa el hecho de la que la historia rondaba en la cabeza de Ortuño desde hace más de una década. El director sevillano quería plasmar esta historia en imágenes ya a principios de la década de los años 2000, pero no encontró la manera de desarrollar un proyecto tan ambicioso. En 2004 publicó la historia en forma de novela.

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Después de labrarse una carrera como realizadores de ficciones y también documentales, se dieron las condiciones propicias y la financiación necesaria para llevar la historia a la gran pantalla. 

Ánimas narra la amistad entre Álex (Clare Durant) y Abraham (Iván Pellicer), dos adolescentes a punto de entrar en el mundo adulto con sus luchas y sus contradicciones. Álex es una joven fuerte y segura de sí misma. Abraham es un chico tímido e inseguro con una familia disfuncional. El conflicto llegará cuando Abraham se empareje con Anchi (Chacha Huang) y Álex empiece a tener terribles visiones que la hacen vivir en un limbo entre realidad y pesadilla. 

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El prólogo inicial es una poética escena con reverso tenebroso donde Álex, con 7-8 años, sube las escaleras del edificio donde viven ambos y se encuentra a Abraham sentado en los escalones del rellano, en pijama y huyendo de la fuerte discusión que tienen sus padres. Toda la puesta en escena es onírica con una iluminación que más tarde veremos que sirve como reflejo del estado de ánimo de los personajes, que late a compás de sus sentimientos. Aquí, en la escalera en espiral con la lluvia de fondo en una noche oscura y desapacible, Álex entra en la vida de Abraham como un rayo de luz que le salva del horror que hay de puertas para dentro. 

El problema es que toda esta magia inicial se rompe cuando saltamos diez años después a los títulos iniciales que nos bombardean con imágenes en montaje sincopado de los jóvenes en el instituto de secundaria, dándole a toda esta escena un aire de película noventera de la peor calaña. 

La primera parte es la más irregular del film, pero se salva por el precioso prólogo en el rellano y una fotografía que brilla por el uso del color haciendo que algunas escenas sean apocalípticas, de tensión a punto de estallar, como la de la conversación en el patio del instituto de los dos adolescentes. Aquí el ambiente aún se está preparando para introducirnos en el mundo de pesadilla en el que vivirán los personajes.

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Los catalizadores de toda esta hostilidad serán el padre de Abraham (Luis Bermejo) con estallidos de violencia y constantes palizas a su familia; y Anchi , la novia del chico, que abre una brecha en su amistad con Álex. Las referencias cinéfilas a los años 90 se suceden en esta parte trayéndonos a la memoria títulos como Pesadilla en Elm Street y El sexto sentido. El propio Abraham es fan de las películas de terror y se muestra en las paredes de su habitación con pósters de peliculas como Psicosis

El lastre más peligroso de esta parte, que puede hacer abandonar su visionado a más de un espectador, es que según va avanzando la pesadilla de Álex la historia se vuelve repetitiva y no acaba de lucirse en el desarrollo de los personajes y sus motivaciones. Vemos no menos de tres escenas delirantes, casi seguidas, de Álex frente al espejo y en la ducha (Psicosis y El resplandor también), acechada por una sombra que proporciona algún susto facilón. 

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La segunda parte juega al despiste con el espectador. El peso de la sospecha de la locura de Álex y su comportamiento perturbado se desplaza y recae sobre Abraham. El chico empieza a mostrarse taciturno, reservado y esquivo con su amiga. Álex está viviendo una pesadilla donde han desaparecido su madre, su perro y hasta sus muebles pero su mejor amigo la ignora y sólo escucha a Anchi, su novia. Aquí hay que destacar de nuevo el uso del cromatismo para recrear un ambiente tenebroso donde Álex está aislada por la indiferencia de su amigo que la recibe en su cuarto iluminado por tonos fríos y azulados. 

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El «momento archivo» (así le llamamos en Morellandia al momento en que se desvela a los personajes y al espectador el misterio de una historia) llega después de que Álex suba y baje, entre  y salga de su casa y de la de Abraham en un juego de puertas que se abren a sitios imposibles, cual Alicia tras el Sombrerero o heroína noventera que huye de Freddy Krueger. Todo se revela con un manual de psicología en la mano y las teorías de Carl Jung que dan titulo al film. Y hasta ahí podemos leer sin caer en el spoiler que tanto interés le restaría a la trama de esta película. A partir de aquí el guión se convierte en un thriller donde la tensión y el suspense están bien ejecutados. Cada escena de este mundo de pesadilla es un desfile por homenajes (y no plagios, señores) de referencias míticas para la memoria cinéfila. Después de este tour de force toda la historia queda hilvanada en un final que se empeña en ser demasiado cerrado y explicado.

Ánimas se explica al final como una historia sobre el miedo: a tener miedo,  a crecer, a la muerte y a todas las responsabilidades que conlleva dejar atrás al niño y enfrentarse al mundo adulto. Pese a ser una historia irregular con un cierto aire amateur y una primera parte que cae en la repetición, tiene puntos fuertes como su preciosa fotografía cromática, los cuidados efectos especiales y su capacidad de crear un ambiente oscuro y opresivo al más puro estilo del David Fincher de los años 90. Es un honesto homenaje al cine de terror de un fan confeso que la ha dirigido desde las tripas y echando el resto. 

 

 

 

30 días, 1 historia: Marzo

En Marzo recomendamos acercarse a este clásico imprescindible de la literatura fantástica que nos va a llevar de viaje a mundos góticos y maravillosos a partes iguales.

Jan Potocki, conde de origen polaco, viajero, científico, historiador, artista y ante todo aventurero, recorrió buena parte del mundo oriental y occidental con una curiosidad y un espíritu libertario excepcional para su época.

Proveniente de una familia muy acaudalada Potocki pudo dedicarse a viajar e investigar, llegando a ser consejero privado del zar de Rusia Alejandro I. Autor políglota escribió el Manuscrito en francés, idioma emblema de la cultura y la erudición. La obra se publicó en dos partes. La primera con el título de «Los 10 días de la vida de Alfonso Van Worden» entre 1804-1805 y la segunda parte «Avadoro, una historia española» en 1815.

La acción transcurre en 1715. Alfonso Van Worden tiene que atravesar a caballo la Sierra Morena de Andalucía para llegar a Madrid donde le esperan para enrolarse como capitán de la Guardia Valona (cuerpo de élite al servicio de Felipe V). En su viaje vivirá mil aventuras cruzándose en el camino con princesas árabes, bandoleros, gitanos, cabalistas y hasta endemoniados. Una de las primeras aventuras ocurre la primera noche que pasa en la Venta quemada, un lugar con fama de encantado, donde tiene un encuentro amoroso con Emina y Zibedea, dos princesas árabes hermanas, casualmente primas lejanas de Alfonso. Las dos hermanas tienen una relación tan estrecha y cordial que no les importa «compartir marido» y así sucede esa noche que pasan los tres juntos. Al final de la velada, Alfonso amanece al pie de la horca entre los cadáveres putrefactos de dos bandoleros ahorcados, los hermanos Zoto. 

En la primera parte todas las aventuras suelen acabar con nuestro protagonista despertándose al pie de la horca. Llega un punto en que el propio Alfonso duda de lo que ven sus ojos y se cuestiona si vive en una ficción creada por su propia mente o es víctima de algún embrujo. 

La segunda parte empieza con la narración de la historia de la vida de Avadoro, un patriarca gitano al que Alfonso conoce cuando se está alojando en el castillo de unas cabalistas. Aquí las narraciones pierden el cariz fantástico para centrarse más en historias de nobles y amores cortesanos. 

Toda la obra utiliza la estructura de historia dentro de historia o narración enmarcada donde unos personajes narran historias a otros y algunas de las historias acaban entrelazándose, pero de una manera magistral que hace que el lector no llegue nunca a perder el hilo de la narración. El libro tiene algunas escenas transgresoras para la época como la escena lésbica e incestuosa entre las dos hermanas árabes. También hay ironía al hablar de las creencias de algunos representantes de la iglesia como el ermitaño que quiere salvar de la condenación al endemoniado Pacheco, mientras nuestro protagonista se mofa de que existan los endemoniados. 

¿Por qué hay que leerlo? Es una obra clave en la construcción del género fantástico, un derroche de imaginación y sentido aventurero que os va a volar la cabeza, amigos de la posmodernidad. Potocki, armado con su verborrea narrativa es capaz de transportarnos a situaciones hilarantes y fantasmagóricas. No en vano, teóricos del género como Todorov lo escogen como obra cumbre para teorizar sobre el género fantástico. 

¿Algún problema? Todo el libro es una obra preciosista y desde ya proclamo que debería ser materia de estudio obligatoria en la Educación Secundaria (si el Quijote lo es, Potocki también puede). El pero es que en la segunda parte la narración pierde fuelle y algunas historias se vuelven repetitivas y menos interesantes, para la que suscribe al menos, porque se alejan del género fantástico. Vamos, que no es un libro de Stephen King ni os vais a llevar sustos que os hagan saltar del asiento. En 1815 el género fantástico funcionaba de otra manera y aún estaba muy ligado a mundos más maravillosos que tenebrosos. 

Como curiosidad morbosa, por si aún no os convence, contaros que Potocki se suicidó de un tiro en la sien después de acabar de escribir esta obra. Había invertido un tiempo de su vida en limar una bala de plata para que cupiese en su pistola. Cuentan las malas lenguas que se le había metido en la sesera la idea de que se estaba convirtiendo en hombre lobo y de ahí la bala de plata. 

Shock (1977) de Mario Bava

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En 1977 Mario Bava firmaba su testamento fílmico con Shock, su última película en la gran pantalla. Su cine ya había entrado en decadencia al igual que su salud física y su hijo Lamberto le convenció para el rodaje. Con guión firmado por el propio Lamberto y Dardano Saccheti, su retoño acometía también las labores de ayudante de dirección. En Estados Unidos el film se editó con el título de Beyond the Door II, como si se tratase de una secuela de Beyond the Door (Ovidio Assonitis, 1974), film que había gozado de cierto éxito en las carteleras americanas. Las dos películas no tienen ninguna conexión temática ni autoral. Únicamente tienen en común la aparición de David Colin Jr. en ambas cintas, aunque interpretando a dos personajes totalmente diferentes.  Los italianos doblaron la apuesta y llegaron a fabular con que se trataba de una trilogía, la llamada  «trilogía de las puertas». El resultado fue Beyond de door III (1989), rara coproducción entre Estados Unidos y Yugoslavia.

 

 

 

El reparto del film lo componen Daria Nicolodi, actriz y guionista, pareja además de Dario Argento con el que había filmado Rojo Oscuro (1975). John Steiner un habitual del género que  había trabajado entre otros con Lucio Fulci y Tinto Brass. Uno de los hallazgos del film es la presencia de David Colin Jr. el niño que interpreta solventemente al hijo de la pareja protagonista. El intérprete venía de actuar en Beyond the Door y Shock fue su última aparición en cine. Actualmente David Colin Jr. es un reputado economista sin ninguna vinculación con el mundo del espectáculo.

La sinopsis empieza, como muchas otras pelis de género, con la familia compuesta por Dora (Nicolodi), Bruno (Steiner) y su hijo Marco (Colin Jr.) mudándose a una casa en el campo donde ya había vivido Dora con su anterior marido y padre del pequeño. El primer esposo de Dora, Carlo, se suicidó y era además un adicto a la heroína. Ella estuvo recluída en un sanatorio después del suicidio y su salud mental es afrágil. Quieren empezar una nueva vida, pero las cosas se complicarán cuando la madre empiece a obsesionarse con el pasado y el fantasma de su desaparecido esposo.

 

 

Ya al inicio de la película en la llegada a la casa vemos como el niño habla con alguien que no podemos ver junto al árbol que preside el jardín. Intuímos que la casa está encantada o hay algún habitante al que no esperaban encontrar. La cancioncilla infantil de caja de música, que suena cuando el niño baja al sótano, recurso tan manido en el cine de género se convertirá en el leit motiv que anuncie la irrupción de de lo sobrenatural. Marco ve a alguien que nosotros no vemos, pero Bruno también tiene algún secreto. Le vemos guardar celosamente la llave del sótano en el bolsillo y la cámara se encarga de remarcarlo como pista que nos lleva a lo subterráneo, al mal que acecha en el sótano.

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Dora es la única que permanece ajena a todos estos secretos, pero se convertirá precisamente en la víctima torturada y acechada por el pasado. En Shock, Daria Nicolodi nos regala su mejor interpretación, mucho más lucida que los personajes que interpretaba para Argento. Intensa, desgarrada, alterada y psicótica, Nicolodi se desgañita y echa el resto para meterse en la piel de Nora y «gritar en italiano», como sólo sabían hacer las actrices del terror transalpino.

David Colin Jr., el actor infantil que interpreta a Marco, nos ofrece también una interpretación memorable para su corta edad, rozando ciertos tabúes como el incesto y la insinuación de la sexualidad infantil que hoy en día serían impensables en la sociedad de lo políticamente correcto. Hay un par de escenas como el juego en el jardín con su madre en el que acaba tumbado encima de ella gimiendo y con un tímido movimiento pélvico que pueden incomodar al espectador como a la propia Nora. Otra de esas escenas es cuando espía a su madre que se está duchando y roba una prenda del cajón de su ropa interior.

 

 

John Steiner simplemente encarna correctamente un papel que no deja demasiado margen al lucimiento, ya que se trata del testigo del desquiciamiento de su esposa, tratando de evitar la caída final sin mucha fortuna. Es piloto de aviones, trabaja todo el día, pero se las arregla para ser un padrastro cariñoso para Marco y un hombre enamorado que ha encubierto los errores del pasado de Dora. Representa la lucha de la razón contra lo irracional y su único encuentro con lo sobrenatural será fatal.

La primera parte del film, quizá la más convencional se nos presenta como la típica historia gótica moderna de casas encantadas con presencias sobrenaturales. Tenemos un sótano, un piano maldito, un leit motiv con caja de música infantil y un columpio que se mueve solo. A parte de esto en la habitación de Dora y Bruno hay varios espejos que se encargan de crear unos puntos de fuga inquietantes.

En la película podemos ver ecos de otros films como La leyenda de la mansión del infierno (John Hough, 1973), donde un fantasma tiene sexo con una mujer, al igual que en Shock. También se repite la idea del dibujo infantil como prueba que desvela todo el misterio, como sucedía en Rojo Oscuro, aunque aquí el misterio es más evidente para el espectador entrenado en el género. La pared de ladrillos del sótano, que nos muestra Bava hasta la saciedad  es otra de las figuras retóricas del cine de género de los 70 y podría decirse que del de todos los tiempos, ya que constantemente nuevos autores vuelven a ella. Ni el venerado Mike Flanagan de La maldición de Hill House pudo resistirse a incluir una buena pared de ladrillos con esqueleto emparedado en su exitosa producción para Netflix.

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En cuanto a estructura podríamos decir que en el film se distiguen dos partes. Una, más canónica y englobable dentro del subgénero de casas encantadas y la menos interesante. Otra, que da comienzo a partir de la fiesta que dan Dora y Bruno en la casa, cuando la bajada a los infiernos de Dora empieza a acelerarse.

Es en la fiesta cuando el niño mira con odio a su madre y seguidamente le dice «debo matarte». En ese momento la posesión es completa y Carlo habita la mente de su hijo. Aquí acontece uno de los aciertos visuales de Bava. Dora mira al niño que está columpiándose en el jardín. Él le devuelve la mirada y juega a enrollar la cuerda del columpio hata que Marco desaparece. Se define aquí el giro del columpio como eje entre lo racional y lo sobrenatural en una elegante metáfora visual.

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La siguiente escena es un desfile surrealista de símbolos al más puro estilo buñueliano. Un diapason marca un compás, el piano de la casa ríe, hay agujas hipodérmicas, rostros borrosos … La cuerda se está tensando al límite. Todo se desencadena y la mente de Dora rompe con el mundo racional teniendo sólo breves destellos de realidad. El espectro de Carlo la somete a un acecho constante utlizando el cuerpo de su hijo como vehículo. La relación entre madre e hijo se deteriora. Las diabluras del niño van creciendo en maldad. Bruno asiste impotente al desquiciamiento de su esposa. Cree que todo son desvaríos y empieza a sedarla en sus violentas crisis nerviosas.

El film entra en una espiral entre pesadilla y realidad que Bava aprovecha para regalarnos las escenas más memorables. Un buen ejemplo de elegancia visual es el momento en que Dora ve una mancha de sangre en el piano. Vuelve a mirarla y ve que la mancha es en realidad un pétalo rojo de unas rosas que se están marchitando. Aquí la duda entre ficción y realidad se hace patente e implica al espectador.

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Otra muestra de la maestría como creador de ambientes es el momento en que Dora está durmiendo después de una de sus crisis. El espectro de Carlo llega a su cama en forma de luz que desliza las sábanas para tocar el cuerpo desnudo de ella. El espíritu tiene contacto carnal con Dora y ella lo disfruta. Su pelo se mueve de manera imposible y sincopada a cámara lenta. La mirada de la mujer es libidinosa y aterradora a partes iguales. En ese momento es la bella y el demonio, el vampiro que desde siempre ha obsesionado al cine gótico y a Bava en particular desde Barbara Steele y La máscara del demonio.

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Pese a todas estas genialidades Shock es una película irregular con algunas escenas estrepitosamente fallidas a nivel visual. Una de ellas, precedida por un momento de alta tensión en que Dora está encerrada en su dormitorio, tras un poltergeist de muebles que obstaculizan su salida. Todo este momento de tensión magistralmente rodado se echa a perder cuando vemos a un ridículo «cutter» volador amenazándola. Los efectos especiales de bajo presupuesto rompen toda la tensión y provocan la risa.

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Los 20 minutos finales del film logran un clima de tensión malsana que merecen pasar a los anales de la historia del terror. Daria Nicolodi lo da todo en la escena final rodada en el sótano donde la ha llevado el espectro de Carlo en un último acto de venganza. Ella misma se rebana el cuello en un suicidio brutal después de haber asesinado a Bruno. La escena es de una gran crudeza visual al estilo de las muertes sangrientas del giallo. La actriz nos ofrece una interpretación extrema y descarnada. La mejor de su carrera sin duda.

Bava fallecía tres años después de un paro cardíaco después de ser padre del terror italiano y el creador de un género que perdura en el cine de culto en nuestros días.