Tod Browning pasó a los anales de la historia del cine como director de dos títulos: Drácula (1931) y Freaks (1932), pese a tener una obra mucho más extensa que no ha llegado hasta nuestro días en parte por culpa del malditismo que siempre rodeó a su figura, sobre todo tras Freaks, y también por el deterioro de los materiales en una época tan pasada. Uno de esos títulos que se ha rescatado del olvido es Muñecos infernales, obra de culto que recomendamos este mes.
La Metro-Goldwyn-Mayer para la cual había trabajado tantos años decidió darle a Browning un voto de confianza y le permitió adaptar la novela Burn, witch, burn de Abraham Merritt. Evidentemente el código Hays ya fiscalizaba en los estudios y la productora vigilaba de cerca al realizador, con lo cual el título original The witch of Timboctoo y las ideas sobre vudú y el hampa parisina se fueron al traste cuando llegó Erich Von Stroheim, tijeras en mano, para reescribir el guión. No obstante, el argumento tiene el poso de historia perversa tan característico de su realizador, matizado aún más por la presencia de John Carradine, como emulación de lo que habría sido un papel hecho a la medida de Lon Chaney si éste no hubiese fallecido 6 años antes.
La trama nos cuenta como dos presos se escapan de la Isla del diablo en la Guayana francesa y logran llegar con éxito a la guarida de uno de ellos. Los convictos han escapado con intenciones dispares. Uno de ellos, Marcel (Henry B. Walthall ) es un científico que pretende salvar a la humanidad de su extinción, reduciendo el tamaño de los seres vivos para evitar que se agoten los recursos naturales del planeta. El otro es Paul Lavond (Lionel Barrymore) y su única aspiración vital es vengarse de los tres hombres que le acusaron falsamente y le enviaron a prisión.
El film se inicia con una persecución policial por unos parajes selváticos tras la que los dos convictos se refugian en la casa del científico Marcel, donde le espera su esposa Malita (Rafaela Ottilio) que ha continuado trabajando en los experimentos de miniaturización de seres vivos. Los estudios han fracasado en parte, ya que los seres quedan efectivamente reducidos en tamaño pero carentes de voluntad. Marcel fallece inesperadamente y su compañero de fuga, Lavond, decide ayudar a la viuda, controlando telepáticamente a los seres en miniatura, que logra mover a su antojo.
La extraña pareja se muda a París, donde abren una juguetería que servirá de tapadera a Lavond para vengarse de sus tres ex-socios. El preso adopta entonces la identidad de Madame Mandilip, y se disfraza como una anciana para poder moverse sus anchas por la ciudad y visitar a su hija (Maureen O´Sullivan).
El film es a ratos una cinta de aventuras, con toques de comedia por la memorable interpretación de Lionel Barrymore disfrazado de adorable ancianita y a ratos una amarga advertencia sobre la maldad intrínseca a la condición humana. Las obsesiones de Browning se repiten burlando a la censura incluso en el desenlace de la historia. Hay venganza, engaño, falsedad y sobre todo dualidad en las acciones de los personajes. El científico tiene la elogiable voluntad de salvar a la humanidad, pero no duda en jugar a ser dios con vidas humanas como la de su criada Lachna (Grace Ford) a la que miniaturiza sin escrúpulos. En cambio, el vengativo Lavond, que tiene intención de ajusticiar a sus ex-socios censura la conducta perversa de su amigo y se muestra como un padre bondadoso y un hijo atento cuando tiene oportunidad de ello en París. Para Browning la frontera entre el bien y el mal es delgada e intercambiable como su filmografía se encargó siempre de señalar.
El film recogía parte de la cosmología creada por Browning con argumentos y situaciones que se repiten en Muñecos infernales y son paralelos a situaciones de otros films como el delincuente disfrazado de anciana que ya aparecía en El trío fantástico (Tod Browing, 1925), donde también hay una tienda, una pajarería en este caso, tapadera de los negocios sucios de los tres ladrones. También podemos ver ecos de obras de otros realizadores como La novia de Frankenstein (James Whale, 1935) donde Elsa Lanchester comparte mechón de cabello blanco en el peinado con la caracterización del personaje de Malita. Al igual que las criaturas diminutas que también aparecen dentro de tarros de cristal en la cinta de James Whale.
Los efectos visuales con el ejército de diminutos pululando por la cinta son extraordinarios para la época y predecesores de films posteriores, como las dos joyas de Jack Arnold, El increíble hombre menguante (1957) o Tarantula (1955). Las imágenes de los seres en miniatura se lograron con sobreimpresiones y decorados gigantes que resultaron muy efectivos en escenas como la del robo de joyas nocturno por parte de la muñeca en miniatura en casa de uno de los banqueros.
La trama romántica, seguramente impuesta por la productora, protagonizada por Lorraine, la hija de Lavond y su novio taxista Toto (Frank Lawton) es lo que más chirría y queda un tanto descolgada de la trama cuando ya se ha presentado a los dos enamorados para recuperarlos al final en una memorable escena en la torre Eiffel, donde padre e hija se encontrarán sin que él le desvele su identidad. Después de esta tierna escena, Lavond caminará hacia un incierto final que se insinúa burlando al código Hays con la frase de «al lugar donde voy no necesito dinero».
A favor: si os gusta Tod Browning es imprescindible que os acerquéis a este título menos conocido del autor. La película narra una historia sencilla y fluída que se puede seguir como simple cinta de aventuras y entretenimiento. Igualmente las obsesiones de Browning salen a flote en cuanto se rasca un poco en el barniz de producto popular para divertir a las masas que seguramente tenía intención de crear la productora sin contar con el el genio creador de Browning y su alma retorcida.
En contra: cada vez me cuesta más escribir en contra de las películas que recomiendo. En este caso y repitiéndome un poco, porque últimamente hay bastante arqueología fílmica en esta sección, os diría que si no os gusta el cine clásico pues no la veais. No se me ocurre ningún otro motivo para no recomendarla. Lo único que me ha desentonado en la cinta ha sido la trama romántica y hasta puede disculparse por ver a Maureen O´Sullivan la primera Jane de la saga de las historias de Tarzán y también madre de Mia Farrow (cómo os quedais!) en pantalla.